lunes, 31 de agosto de 2009

Retrato en Sepia - Isabel Allende

En cambio, él lo supo mucho antes que ella, y la espero con la callada tenacidad de un amor maduro.


Por fin se atrevió a recorrer los ocho metros de pasillos que los separaban. Sus vidas cambiaron por completo, como si un hachazo hubiera cortado de raíz el pasado. A partir de esa noche ardiente no hubo la menor posibilidad ni tentación de vuelta atrás.


Empujó la puerta segura de hallarla sin llave, porque adivinaba que él la deseaba tanto como ella a él, pero a pesar de esa certeza iba asustada ante la irreparable finalidad de su decisión. Temía perderlo todo al convertirse en su amante; pero ya estaba ante el umbral y la ansiedad por tocarlo puedo más que las argucias de la razón.


Ella no alcanzó a preguntarse cuantas noches habría pasado él así, su propia audacia, temblando de timidez y anticipación. No le dio tiempo a retroceder. Le salio al encuentro.


Tantas veces había recorrido su cuerpo con el pensamiento.

Todo lo recorrido en su vida hasta ese momento, había sido un espejismo que ahora le parecía absurdo; entonces se había enamorado del amor


Esa noche descubrió alguna de las múltiples posibilidades del placer y se inicio en la profundidad de un amor que habría de ser el único por el resto de su vida. Con toda la calma la fue despojando

de capas de temores acumulados y recuerdos inútiles.

Hasta que ninguno de los dos supo ya donde se encontraban, ni quienes eran, ni donde terminaba él y comenzaba ella. La condujo más allá, a una dimensión misteriosa donde el amor y la muerte son similares. Sintieron que sus espíritus se expandían, que los deseos y la memoria desaparecía, que se abandonaban en una sola inmensa claridad. Se abrazaron en ese extraordinario espacio reconociéndose, porque tal vez habían estado allí juntos en vidas anteriores y lo estarían muchas veces mas en vidas futuras.


No se soltaban las manos por miedo a despertar de pronto y descubrir que habían andado perdidos en una alucinación